El Pico del Lobo


Son las 8:10 del sábado 13 de Marzo. En el helipuerto situado a la entrada del término de Venturada (Madrid), hemos quedado Marta, Juan Carlos, Rosalía y yo. Juan Carlos ha propuesto hacer la ruta que sube al Pico del Lobo, la montaña más elevada de la Sierra de Ayllón (2274 m), desde el puerto de la Quesera.

Juan Carlos se presta para que vayamos en su coche. Rosalía y yo recogemos nuestro material y lo cargamos en el Toyota de Juan Carlos... ¿cogemos las raquetas?, me pregunta Rosalía (Marta y Juan Carlos no llevan...) un leve silencio y decidimos que no podemos ir unos con y otros sin. Ale, todos al carro y andando que es gerundio.

De camino, la temperatura que refleja el termómetro del coche siempre está por debajo de los 0º C, oscilando entre los -3 y los -1. El cielo está cubierto de nubes, aunque Juan Carlos nos comenta que la previsión es que no haya precipitaciones hasta la tarde. (bueno, hará frío pero al menos estaremos secos). Llegamos a eso de las 9:00 a Riaza y buscamos un bar donde poder tomar un café rápido. Mientras hablamos del mal tiempo que nos ha acompañado todo este invierno y de las dificultades para hacer una ruta en condiciones, Marta nos comenta que tiene una ligera molestia en una de sus rodillas... mal asunto, una rodilla con una ligera inflamación no es buena compañera
.

Tomamos de nuevo el coche y nos dirigimos hasta el puerto de la Quesera. En la parte baja de la carretera un cartel indica que el puerto está cerrado. Rosalía conoce la zona y nos comenta que el tramo cerrado será la vertiente este, pero seguramente no habrá problema para llegar al alto del puerto. A medida que subimos, la niebla nos deja ver los márgenes de la carretera con un buen espesor de nieve. Todo el bosque de la zona está completamente vestido de blanco... como para haber iniciado la ruta en Riofrío de Riaza voy pensando.

Bueno, ha habido suerte y podemos aparcar... no lo tenía yo tan claro. Vemos que no somos los únicos que hemos decidido subir, otros tres coches ya habían cogido puesto antes que nosotros. Nos decidimos a abrir las puertas y.... el viento mete de golpe los 5 grados bajo cero en el interior del vehículo. Vamos, vamos... rápido a cambiarse de calzado y ponerse toda la ropa de abrigo posible... buffff.... los guantes, ¿dónde he metido los guantes? decía Juan Carlos mientras Rosalía perdía los dedos al ponerse los guetres... Estaba claro, el último fin de semana del invierno tenía que ser invernal.

(foto tomada de un álbum de Juan Carlos)

Una vez ataviados convenientemente echamos a andar. No hay pérdida. A seguir la alambrada que delimita las provincias de Segovia y Guadalajara. Recordaba yo esta ruta cuando la hice en noviembre de 2007 con otros miembros de TROTAMONTES. También nos hizo frío durante la bajada, pero el camino estaba completamente limpio de nieve durante la subida. No hay problema de pérdida, pero sí encontramos ciertas dificultades para subir. Tras dar unos pocos pasos me doy cuenta de que el camino está para raquetas. Los pies se hunden por completo en un manto de nieve en polvo. Empezamos mal. Unos metros más adelante se aprecian huellas de raquetas de algún otro caminante que ha sido más previsor que nosotros.
Marta encabeza la marcha y nos va abriendo camino. A medida que avanzamos la pendiente comienza a pronunciarse. Como comentaba antes, la ascensión está delimitada a nuestra izquierda por un área denso de masa reforestada y por nuestra derecha por unos perfiles metálicos y una absurda alambrada de espino mal conservada. La nieve cubre todo y en algunos tramos se ha acumulado tal cantidad que nos hundimos hasta las rodillas.
El grupo bien junto porque la visibilidad es bastante mala... nótese que no hay ni una puñetera fotografía... además, quién iba a querer sacar las manos de los guantes. Marta continúa en cabeza y por detrás se oye a Rosalía: ¿y por qué ella no se hunde? Cierto... ¿por qué ella no se hunde tanto como el resto?... una diferencia de al menos 20 kg tiene la culpa (¡y no estoy llamando gordo ni flaco a nadie, que conste!).
Subimos una loma y... ahora bajamos hasta un collado. Comenzamos otra subida y volvemos a bajar otro poco. La cosa parece no mejorar. Miro mi GPS y observo que nuestra velocidad media es de 2,1 km/h. Las brevísimas pero continuadas paradas van sumando minutos y vemos que no hemos recorrido poco más que un kilómetro y medio. Esto no pinta bien, las piernas se cansan más de lo previsto. Echo cálculos y veo que a este ritmo podríamos llegar a la cumbre a eso de las 15 h. Informo a los demás de cómo transcurre el resto de la ruta. Los rostros no son de alegría y el panorama que se nos presenta a nuestro alrededor tampoco acompaña demasiado.
El grupo lo tiene muy claro. Hemos salido a disfrutar de lo que podamos. Si el tiempo, la climatología y el estado físico no acompañan no vamos a forzar. El consenso es inmediato y trazamos una alternativa al retroceder sobre nuestros pasos. Un poco más adelante, a un kilómetro, aproximadamente, llegaremos al collado de San Benito y ahí podremos tomar a nuestra izquierda una pista que nos retornará entre bosque al punto de partida. Al menos haremos algo distinto de darnos media vuelta y meternos de nuevo en el coche. Dicho y hecho. Ahora que hemos tomado conciencia de lo que hay, retomamos ilusión.


Marta me pregunta que cuánto habremos subido. Le comento que el puerto está a unos 1710 m de altitud y lo máximo que vamos a alcanzar son los 1870. ¡Pero si no hemos subido ná!, me contesta. Si sumásemos todos los centímetros que hemos tenido que recuperar en cada huella marcada en la nieve, pienso, estaríamos ya casi arriba.


El viento sigue soplando, y en una de esas ráfagas aparta ligeramente el color gris y nos permite ver un poco más allá. Se divisa la pista que vamos a tomar y la subida al pico del lobo. No es gran cosa pero bueno, algo hemos visto. Aprovechamos para hacernos una foto de nuestra cumbre particular, pero cumbre al fin y al cabo.


Y bien, ya estamos en la pista. Ahora sólo falta caminar 5 km, pero, menudo trabajito para las piernas (como entrenamiento está genial). La sensación térmica ahora es menos desagradable. El viento parece retirarse a cotas más altas y comienza a desplazar poco a poco la niebla.


Seguimos avanzando y... comienzan a filtrarse unos tímidos rayos de sol a través de la maraña de nubes. Y parece que esto va a mejorar y todo... así es, poco a poco las nubes se van levantando y se abren pequeñas ventanas que permiten ver un cielo azul e incluso el perfil de las cumbres circundantes... eso sí, el pico del lobo permanece oculto a nuestros ojos.



Las paradas se hacen cada vez un poco más largas. Los paisajes apartan nuestras miradas del camino y los colores parecen hipnotizarnos. Llegó la hora de la fotografía.

















































Mientras Juan Carlos y yo nos vamos quedando rezagados por las fotos, Marta y Rosalía se adelantan. La rodilla de Marta parece resentirse por momentos y quiere llegar cuanto antes al coche. El camino está de cuento, pero seguimos abriendo huella y eso desgasta mucho.


4 horas y 10 minutos después de salir del puerto llegamos de nuevo al punto de partida. En este último tramo hemos conseguido mejorar un poco el ritmo de la marcha, aunque hemos acumulado en total una hora y veinte minutos de paradas. Para haber comenzado como hemos comenzado no ha estado mal el pequeño circuito.

Mientras nos quitamos ropas y nos cambiamos de botas nos percatamos del gentío que se ha acumulado en estas últimas horas. Con la salida del sol la gente se ha animado a subir en plan dominguero a turbar la tranquilidad de este entorno. Nos subimos al coche y nos dirigimos hacia Riofrío de Riaza para comer, hay que escapar cuanto antes de este tumulto. Nos quedamos atónitos cuando mirando por las ventanas del coche observamos una cama en mitad de la nieve... ¡sí, una cama!, no estoy vacilando, nos hemos quedado tan extrañados que ni siquiera hemos reparado en hacer una fotografía... Juan Carlos, que es hombre de mundo, nos da una explicación lógica del porqué de esa cama... (el que quiera saber que le pregunte)...

Por último decir que Riofrío de Pedraza me pareció un pueblo fantasma. La práctica totalidad de las viviendas estaban cerradas a cal y canto (es posible que hiciese más frío dentro de la casa que en la calle). Nadie parece habitar estos pueblos más que en verano. Sólamente dos individuos fugaces, varios gatos y una familia que regentaba uno de los dos bares del pueblo se cruzaron con nuestros ojos.






Y esto es todo lo que aconteció el día. Una ruta corta pero suficiente para un día no muy apacible. Seguramente, con la entrada de la primavera el cielo nos proporcione apacibles jornadas para compartir con buena gente como la de hoy. Gracias compañeros y hasta la próxima.

4 comentarios:

  1. Muy buenas las fotos Javi.
    Aunque sólo fue media ruta mereció la pena por lo bonito que estaba.
    En cuanto al por qué de la cama de matrimonio de hierro forjado en mitad del monte y sobre la nieve, es muy fácil: vivac.

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  2. ¡Vaya día más chulo nos regaló el cielo al final! Y la compañía, como siempre, insuperable.

    Muchas gracias por el resumen y reportaje de la ruta Javi. Lástima que no hiciésemos cumbre, pero ya tenemos motivo para ir pensando en la siguiente por la zona :D
    Y sí, lástima de foto a esa cama con sus mantas y todo en mitad de la nieve...

    Un abrazo compañero, esperamos muchas más.

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  3. A propósito, no pretendo imponer mis gustos, ni polemizar en tu blog ... pero las raquetas son para los domingueros de Cotos.
    jajajajajaja

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  4. Me encanta la foto del matojo disfrazado de coral blanco, es preciosa.
    Siento que no llegárais al Pico, pero así tenéis que repetirla y espero poder apuntarme entonces.
    Gracias por compartir y un beso, Rosa.

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