POSETS (PUNTA LLARDANA)

Tras el verano, el otoño, para mí ,la mejor de las estaciones.

Rosalía y yo llevamos varios días planeando hacernos el Posets antes de que comiencen las nieves. Estamos en contacto con Rosa, Ángel y José, que parecen animados. La idea es hacer una escapada de tres días para disfrutar al máximo del entorno y de los compañeros (que se han echado de menos en todo el verano).
Rosalía tiene libres el 23-24 y 25. Rosa y Ángel hacen sus gestiones para poder librar y dejar todos los cabos bien amarrados. José tiene el pescado vendido y yo aún todo el pescado por vender (pero nadie me lo compra). ¡El plan ya está en marcha!



Viernes 23 de septiembre

Casi a la hora de maitines, Rosalía y yo partimos hacia Manzanares del Real, donde recogemos a Rosa. Boquiabiertos nos deja esta mujer cuando la vemos aparecer... ella es así, no puede pasar desapercibida. Apenas podemos mantener los párpados abiertos por el sueño y ya surgen las primeras risas (eres genial Rosa).

Tomamos la carretera hacia Madrid, donde hemos quedado con el resto del equipo. Con puntualidad británica nos esperan en los lugares indicados.  Al más puro estilo Ocean's Eleven, José nos espera en la calle, se mete en el coche y bajamos al aparcamiento. Tras unos saludos sacamos todos los achiperres y los cambiamos de coche. Para no levantar sospechas cambiamos hasta de conductor. Ya estamos listos para recoger al último de los integrantes. Ángel está junto a la parada del metro. Habla con una mujer que ha parado por la calle (a saber qué la estará contando). Ya estamos todos. Organizamos bien las mochilas en el maletero y nos ponemos en camino hacia Eriste.

Como cinco adolescentes que salen por primera vez de casa. El coche parece un gallinero. Aún es temprano y Ángel ya está con sus chascarrillos. El viaje promete. Para evitar posibles atascos entre Madrid y Alcalá de Henares, tomamos la R-2. Buffff, menuda panzada a reir... hemos hecho saltar las sirenas de todas las playas de peaje. José, eres un crack, está claro que lo tuyo no es hacer compras con una tarjeta robada...

Hacemos una parada técnica en la localidad de Santa María de Huerta. Curiosa localidad ésta. Habrá que visitarla con más calma.

Llegamos a la provincia de José, Huesca. Es la hora de la comida y nos lleva a una panadería-pastelería artesanal en una localidad que no me acuerdo (perdona José, pero la memoria no me da). Se nos hace la boca agua cuando vemos tanta variedad de dulces y salados con tan buena pinta.

De nuevo al coche hasta Eriste. Tomamos el desvío que hay a mano izquierda según pasamos el pueblo (hay una señal vertical que indica el camino hacia el refugio Ángel Orús).

Este camino, transitable para vehículos, está asfaltado en su primer tramo, aunque hay puntos bastante deteriorados en los que nos bajamos del coche para aliviar un poco la carga. La pista asciende hasta un aparcamiento con cabida para unos quince-veinte coches más o menos (aunque justo ahora está en obras y la capacidad es algo menor). Nos acabamos de quitar unos 450 m de desnivel, no está mal.

Aparcamos el coche, recogemos nuestras mochilas, repartimos alimento y... ¡una foto de partida!


El camino comienza con una pendiente suave. El tiempo acompaña, de momento. No he comentado nada hasta ahora sobre la previsión meteorológica... riesgo moderado de chubascos. ¿Iba a estropearnos una salida unos simples chaparrones?.... NO.



A pocos metros del punto de partida llegamos a la Cascada de Espigantosa, un agradable rincón en el que disfrutar del embrujo del agua. Según el cartel estamos a una hora y media del refugio.... eso no es ná.





Aunque acaba de comenzar el otoño, en Pirineos ya se observan los colores propios de esta estación. La variedad arbustiva y arbórea acentúan aún más la riqueza cromática.


Al repecho que hay tras la cascada le sigue una rampa cómoda. El sonido del agua nos indica que caminamos próximos al curso de la Aigüeta de Eriste.
La luz se atenúa, en parte por la profundidad del valle, en parte debido a la densidad de la vegetación y, lo peor de todo, porque el cielo se está nublando de una manera preocupante.

Rosa, José y Ángel toman la delantera. Rosalía y yo nos quedamos rezagados. A lo lejos comienzan a oirse truenos y a continuación comienzan las primeras gotas. Según camino me acuerdo de las dos veces que he ido a Ordesa, ambas con lluvia. Nos ponemos los chubasqueros y aceleramos el paso. Los truenos cada vez se vuelven más sonoros.

Llegamos así a una pradera, antesala de la subida al refugio. Allí nos espera José haciendo fotografías. Parece que la tormenta pasa de largo... menos mal porque lo que nos queda por subir se tiene que hacer incómodo con lluvia. Unas interminables cetas salvan en poco tiempo un desnivel de unos doscientos metros.

Finalmente divisamos el impresionante refugio de montaña, que más bien, por sus dimensiones, parece un hotel.


Accedemos al interior y lo primero que vemos es una sala repleta de taquillas, algo deterioradas por la humedad, y unas estanterías repletas de zuecos de todas las tallas. Nos despojamos de nuestras mochilas y de la ropa de abrigo. Rosa, de nuevo, nos sorprende con un modelo de calzado muy propio para estos casos...


Ya acomodados en nuestras habitaciones, nos damos una reconfortante ducha con agua caliente y, a cenar. Tenemos la cocina para nosotros solos. El refugio está poco habitado. Contando a los guardas no creo que lleguemos a la veintena. Por la noche continúa llegando gente. Parece que las nubes al final han decidido quedarse y descargar un poco de agua. La gente llega empapada.


Sábado 24 de septiembre

Amanece, que no es poco (aún no he visto esta película). Comenzamos el día con una intensa niebla y lluvia. Tras los cristales el panorama es desalentador. No se ve nada. Nos reunimos en nuestra sala de operaciones, llamada cocina, y con un café entre las manos decidimos qué hacer.
No hay muchas opciones. La lluvia es abundante y ninguno conocemos el camino. No vamos a poder subir con tan mal tiempo. Esperaremos a que pasen las horas y a ver qué nos depara el día.

Terminamos de desayunar y vamos al salón-comedor a mirar tras las cristaleras. Nos vemos todas las fotografías que tienen enmarcadas en las paredes, todos los mapas, revistas... en fin, dejamos que pase el tiempo.
La cosa no parece mejorar. De vez en cuando las nubes se abren un poco, pero al poco tiempo la cristalera sólo nos deja ver un color blanquecino.
¿Qué tal una partidita de parchis? Ésta fue nuestra salvación. Hacía años que no jugaba al parchís (y creo que los demás también). El que se queda fuera de juego se puede leer unas revistas de montaña... y el resto dale que te pego al cubilete. En poco tiempo el juego nos transformó en unos montañeros ludópatas. Con un tablero a modo de coliseo, luchábamos entre nosotros como auténticos gladiadores. La gente nos miraba con extrañeza. No parábamos. Gritos, risas. Una partida, y otra...

Allá al mediodía parece que paraba un poco la lluvia. Decidimos salir un poco del refugio. Ya no era posible subir, de modo que hicimos un par de kilómetros por el mismo camino del Posets. No vamos a continuar mucho más, decidimos. Mejor volvemos al refugio, comemos y por la tarde nos planteamos hacer una rutilla hasta el ibón de Eriste.

De nuevo en la cocina (a falta de pan buenas son tortas). Y comienza de nuevo la lluvia. Y la niebla. Nada, está claro que tampoco vamos a poder ir al ibón.

Con la tarde que se presenta apetece meterse en la cama, pero no es posible. Las habitaciones están cerradas. De nuevo al salón y, de nuevo al parchís. Así hasta el anochecer.

Y de nuevo en la cocina. Una de cena, por favor. ¡Qué horror!

Nos vamos a la cama con cierta pesadez. Estar encerrados durante tanto tiempo, después de haber hecho planes con tanta antelación, es desalentador. Ante un tiempo tan inestable no se puede hacer nada, de modo que mejor tomárselo a bien y sacar algo positivo de todo esto.


Domingo 25 de septiembre
Son las 6:00 de la mañana y en la habitación comienza a escucharse un revuelo. Rosalía Ángel y yo nos levantamos y observamos, a través de las cristaleras del refugio, un espectacular cielo estrellado. Avisamos a Rosa y a José y decidimos ponernos en marcha. Ahora o nunca.

Nos asomamos fuera del refugio. Todo está empapado, pero parece que el día va a estar despejado. Subir al Posets, bajar al coche y volver a Madrid en el mismo día va a ser una locura, pero bueno, es lo que hay, y no vamos a dejar pasar la ocasión.

Tras un energético desayuno preparamos las mochilas. Dejamos parte del equipo en el refugio para recogerlo de bajada.

Son las 7:20 horas. Nos abrigamos bien y aprovechamos las primeras pinceladas del alba para comenzar la ascensión.


Volvemos a caminar el tramo andado el día anterior. El sendero se hace cada vez más visible y, sobre nuestras cabezas, comenzamos a ver las primeras cumbres de la Sierra de Llardana.




El Vall de Llardaneta me sorprende por su vistosa geomorfología. Un ancho valle en U deja en su lecho un imponente macizo plutónico, coronado por abruptos relieves. El Torrente Llardaneta corta los afloramientos de roca como si de mantequilla se tratase.


El puente que cruza este torrente está en bastante mal estado. No estaría de más sustituirlo, porque ésto, con agua abundante, no se cruza por cualquier lado. Lo mismo están esperando a que una avenida lo arrastre abajo.


Voy mirando cada piedra que pisamos. Esto es un lujo. Ahora la roca se ha vuelto porosa, con una estructura vacuolar.


Según ascendemos vemos, a nuestra izquierda, la Cresta del Forcau, una imponente formación que nos muestra un corte geológico perfecto. Podemos observar cómo se pliegan los estratos de unos materiales que parecen calizos. ¡Qué esfuerzos han soportado estos materiales para ser comprimidos de este modo tan espectacular... y cómo han llegado hasta ahí!


Continuamos caminando paralelos al eje del valle y nos topamos con un hito y marcas de GR. Dudamos y José saca el mapa. Vemos que el GR nos lleva hacia el Ibón de Llardaneta. Decidimos girar en dirección N, atrochando por una preciosa ladera de pastos. Tomamos como referencia la silueta de la Tuca Alta.




Mientras subo, yo sigo a lo mío. Miro al suelo y me quedo atónito. ¡Qué chulada de pliegues! Como decíamos en la facultad... de libro. Lástima que mis nulos conocimientos de fotografía no muestren con más nitidez los relieves.


Nos adentramos poco a poco en la Canal Fonda.


Imponentes paredes dejan un auténtico pedregal en el fondo de la canal. No encontramos ningún nevero, tan sólo derrubios acumulados en una zona donde no llega el glaciar.


En la subida por la canal nos cruzamos con varios compañeros de sueños en el albergue. La subida se las trae. Aunque la sensación es de fresco, el sol calienta lo suyo aquí arriba y el esfuerzo nos hace sudar.



Unos cuantos metros más de subida y parece que llegamos al final de la canal. Comenzamos a pisar algo de nieve de ventisca. Tuvo que hacer un tiempo bastante desapacible aquí arriba el día anterior. En algunos tramos el suelo está helado.



Llegamos por fin al collado que supone el final de la canal. Se nos presenta el impresionante Tucón de la Canal, también llamado Diente de la Llardana. Es muy curioso este pico. Se observa una estratificación muy definida con materiales que parecen pizarrosos. En fin, que me desvío del tema... Un manto de nieve cubre prácticamente todo el suelo del collado. La roca que toca subir ahora no está soleada y hay algo de hielo en algunos puntos... y yo sin bastones (las prisas por salir han hecho que me los olvidase en el refugio).



Pues ale, hay que tirar p'arriba. Todos me ofrecen uno de sus bastones para ir más seguro. "Ya os lo pediré en la bajada... para subir no tengo problemas". Tengo que volver a tener seguridad en la nieve pienso, la justa, pero tengo que ganar confianza.
Un grupo nos ha pasado y va abriendo huella en la nieve. ¡Quién iba a pensar que nos íbamos a encontrar con esto! Habrá unos 15-20 cm de espesor pero está compacta. Ya veremos a la bajada... con el sol que le está dando. Subimos poco a poco, haciendo interminables cetas para disminuir la pendiente al máximo. Una paradita para reunir al rebaño y luego seguimos. Vaya caras de felicidad.


La altitud ya es considerable, estaremos a unos 3000 metros. Las vistas sorprenden. Pocas sierras quedan ahora por encima de nosotros. La magia del relieve rompiendo el horizonte. El agua de los ibones, dispuestos caprichosamente, desafiando a la gravedad. Y para completar la composición, algunos tintes blancos acompañando la lejana línea de nubes.


Seguimos subiendo. La ladera se va acabando y va pronunciándose en una arista con algún que otro paso comprometido. La nieve no cubre por completo la roca y en algunas zonas el calzado no agarra bien... con cuidadín que la caida no tiene remedio.




Pasado el tramo dificultoso volvemos la mirada hacia arriba y vemos que no queda nada. La cumbre está ahí mismo.


Son las 11:10 horas. Tras unas 3 horas y 50 min de subida llegamos a la cima.
3369 metros de altitud. La segunda cumbre más alta de los Pirineos, después del Aneto.
 

Esta foto me encanta. ¡Vaya decorado hemos elegido!. La cima es nuestra chavales. Al fondo vemos que el Monte Perdido también está nevado. ¿Será ese nuestro próximo 3000?
Tras nosostros, a la izquierda, vemos la imponente Cresta de las Espadas sobrebolando la zona por encima de los tres mil metros.


Aprovechamos la cumbre para deleitarnos de la majestuosidad de los Pirineos. Ángel los empieza a conocer a lo grande, como debe de ser.


José parece dar clase de geografía desde el alto... este oscense se las sabe todas.


Al final la bajada no está tan complicada como pensamos. Es cierto que el trasiego de gente y el sol han dejado la ladera en un estado un tanto penoso. La nieve está medio fundida y el suelo, sobresaturado, es una mezcla de barro, piedras y nieve. Un poco más abajo aprovechamos para tomar un merecido piscolabis y seguir disfrutando de las vistas.




Bajada de  nuevo por la canal. Ahora todo es más fácil. Las piernas van frenando a un cuerpo que se embala y eso nos permite tener una nueva perspectiva del entorno.


 A las 14:35 horas llegamos de nuevo al refugio. Nos hemos tomado nuestro tiempo para bajar, tal vez demasiado. Aún nos queda bajar hasta el coche. Recogemos el resto del equipaje y tiramos para abajo.


La bajada tan prolongada hace mella, primero en mis rodillas y luego en mis cuádriceps. Los músculos comienzan a sufrir calambres. Afortunadamente he podido ayudarme de los bastones. Al aparcamiento llego un tanto perjudicado. Está claro que necesitaba más entrenamiento.

Tras un aseo preventivo (para prevenir el mal de olores en el coche durante un trayecto de quinientos y pico kilómetros) bajamos a Eriste y tomamos un café antes de emprender la marcha de regreso.

El viaje de vuelta se hizo un pelín cansado. Rosalía, Rosa y Ángel, o sea, los currantes, trabajaban al día siguiente. El silencio y el cansancio se apoderaron del asiento trasero. La noche cayó sobre el asfalto y tan sólo el hambre nos animó un poco.

Paramos en La Almunia de Doña Godina, que casualmente se encontraba en fiestas, para cenar algo. Desentonábamos un poco en aquel ambiente con gentes bien vestidas, pero qué nos importaba a nosotros.

Con el estómago lleno la cosa se animó algo más. Volvimos de nuevo al coche y a la carretera. La animación no tardó mucho en volver a decaer. Además del cansancio se añadía la digestión.

Llegamos por fin a Madrid. El grupo se desmembra. José acerca a Ángel a su casa y Rosa, Rosalía y yo marchamos a la sierra.

Ha merecido la pena el esfuerzo. La jornada ha sido bastante dura, pero... ¡que nos quiten lo bailao!

Lo que ocurrió durante la semana siguiente no voy a relatarlo. Cada uno de nosotros revivimos el Posets, a cada paso que dimos, y a nuestra manera.

Muchas gracias a todos por estos días tan gratos. Sois una gozada de compañeros.